Los seres humanos somos capaces de llegar a 
la Luna, de erigir edificios, puentes, catedrales y monumentos 
impresionantes, de vencer a terribles enfermedades, de construir 
vehículos y artefactos asombrosos, de descubrir las leyes de la 
naturaleza, de producir conmovedoras obras de arte, de elaborar un 
maravilloso intangible como la música. Y también somos capaces de 
producir terribles instrumentos que provocan muerte y destrucción. Somos
 capaces de muchas cosas, menos de una: vivir en la incertidumbre, 
carecer de explicaciones para lo que nos ocurre y nos rodea. Nos resulta
 insoportable lo aleatorio, el imponderable, lo impredecible. Buscamos y
 creamos modos para bloquearnos contra ello.
La tecnología nos ofrece promesas en ese 
sentido. La ciencia también. Nos brindan ilusiones de seguridad, de 
inmortalidad, nos prometen el fin de las enfermedades, la eliminación de
 los riesgos, drogas milagrosas, un repuesto para cada órgano y cada 
miembro de nuestros cuerpos. Y en paralelo con esto, momento a momento 
se nos ofrece un nuevo seguro contra cada riesgo, real o imaginario, 
cierto o incomprobable. Una sutil contradicción entre la utopía de la 
seguridad absoluta y la inmortalidad por un lado y la amenaza de lo 
incierto por el otro.
Por supuesto, hay cosas que se pueden 
prever. Pero previsiones y profecías no son lo mismo. Lamentablemente 
muchas de estas últimas se confunden con las primeras. 
Pese a todo, lo único cierto fue, es y será 
la incertidumbre. Navegando en ella evolucionamos y llegamos hasta aquí.
 Pero no aprendimos a aceptarla. Es una pasajera que nos incomoda y nos 
angustia. Lo mismo ocurre con lo incomprensible. Creamos explicaciones 
de manera serial para protegernos de su existencia. Esta necesidad de 
prevenir lo azaroso y de explicar lo impenetrable produce lo que los 
psicólogos del comportamiento y los estudiosos de la probabilidad llaman
 sesgos cognitivos. Son atajos del pensamiento, ejercicios de la mente 
que nos llevan a explicaciones tranquilizadoras por el camino más corto,
 independientemente de que esas cortadas se salteen evidencias de la 
lógica, de la comprobación o de la realidad.
PROFETIZAR EL PASADO
Nassim Nicholas Taleb, ensayista libanés 
establecido en Estados Unidos, fue varios años asesor financiero antes 
de convertirse en un lúcido analista de probabilidades y en un filoso 
ensayista. Es el creador de la categoría de “cisne negro”. Así llama a 
esos acontecimientos que, a pesar de escapar a todas las previsiones y 
posibilidades lógicas, se producen y existen. Un “cisne negro” no es 
predecible hasta que aparece. Todos los cisnes son blancos, demuestran 
durante siglos las estadísticas, los estudios biológicos e incluso las 
investigaciones zoológicas. Pero un día, en la laguna menos pensada 
aparece un cisne negro. Es el momento en que todo lo que se sabe y se 
dice sobre estas aves pierde su sustento. ¿Qué hacer? Se crea lo que 
Taleb denomina una “posdicción”. Al revés de las predicciones, que 
anuncian lo que ocurrirá y exponen por qué, las “posdicciones” intentan 
explicar las razones del “cisne negro” presentándolas como si hubieran 
sido previstas e incluso anunciadas. Son formulaciones como “yo lo 
sabía”, “estaba calculado”, “lo habíamos advertido”, etcétera. El 
problema es que si se buscan aquellos cálculos y advertencias previas no
 aparecen por ningún lado. Es que no existían. El “cisne negro” no 
habitaba ni en la más audaz imaginación.
A pesar de esto las “posdicciones” prenden, 
porque generan una tranquilidad, por cierto artificial, que parece 
fundamentada. La economía, el deporte, la medicina, la política y hasta 
los juegos de azar están habitados por legiones de “posdictores”, que 
disparan excusas muy bien disfrazadas de conjeturas y de sólidas tesis. 
Como advierte Taleb, muchos de ellos, una vez que logran instalar su 
hipótesis (presentándola casi como una prueba científica), pasan a la 
categoría de predictores. Despliegan nuevas teorías y estadísticas para 
prevenir acerca de lo que ocurrirá en el futuro y cómo afrontarlo. El 
temor a la incertidumbre y la poca o nula tolerancia al imponderable 
suelen trabajar a su favor. Sin embargo, el autor de “Antifrágil” (así 
se titula otro trabajo de Taleb) actúa nuevamente como aguafiestas. Lo 
que va a ocurrir, dice, no se puede ni prevenir ni explicar. La razón es
 muy sencilla: no ocurrió. No hay una sola evidencia acerca de sus 
mecanismos y causas. Y construir predicciones o aventurar probabilidades
 a partir de las conclusiones obtenidas de un hecho anterior es más que 
aventurado Las causas de lo ocurrido operan hacia atrás, no hacia 
adelante.
EL AZAR NO TIENE MOTIVOS
En el afán de escapar a lo que no se conoce o
 no se puede controlar, dice Taleb, se desarrollan algunas falacias 
lógicas. Por ejemplo, se le llama habilidad a la suerte. Se atribuyen 
talentos imaginarios y no demostrados a alguien que (en cualquier 
ámbito, sea deportivo, empresarial, político, artístico, etcétera) tuvo 
suerte, y de inmediato se intenta explicar y repetir su “método”. 
Aparecen biografías “demostrando” que lo suyo fue producto de 
estrategias inteligentes y se ofrecen recetas basadas en su “idoneidad”.
 Por supuesto, el golpe de suerte no se repetirá y pronto todos los que 
buscaron replicarlo irán en busca de lo que Taleb, con su filoso 
lenguaje, llama “otro idiota con suerte”.
Otra falacia lógica consiste confundir azar 
con determinismo. Esto ocurre cuando se toma un hecho absolutamente 
azaroso e inexplicable y se le adjudican causas necesarias e 
inevitables. A partir de ellas nuevamente se construyen sesudas teorías.
 La no aceptación del azar, de lo imprevisible y de lo incierto lleva a 
la compulsión de encontrar un significado a todas las cosas. Se 
desarrolla el “furor interpretandis”, una irrefrenable vocación por el 
simbolismo que impide ver lo simple y obvio y lleva a considerarlo como 
símbolo, causa o anuncio de algo que no está en la realidad evidente, 
sino en la mente del interpretador. O de sus creyentes.
Sabemos que la mayoría de los cisnes 
son blancos. Pero existen los cisnes negros. Su aparición no niega a los
 blancos pero evita que se tejan teorías falsas sobre la exclusividad de
 los mismos. Siempre nos espera un cisne negro a la vuelta de la 
esquina, pero es inútil que lo busquemos de antemano. 
Estos y otros sesgos cognitivos muy 
extendidos pueden explicar resultados electorales, deportivos o 
económicos alejados de todas las predicciones, encuestas, y sesudos 
diagnósticos y análisis previos. También la asombrosa recuperación de 
algunos enfermos enfrentados a sombrías perspectivas. Y la repetición de
 muchos errores, algunos de ellos trágicos, en todos los campos.
Por supuesto, hay cosas que se pueden prever.
 Pero previsiones y profecías no son lo mismo. Lamentablemente, muchas 
de estas últimas se confunden con las primeras. Como señalaba el 
austríaco Karl Popper, gran pensador y filósofo de la ciencia, sólo se 
puede aceptar como correcto aquello que fue “falsado”, es decir 
contrastado y refutado. Es así como la ciencia y el pensamiento producen
 descubrimientos e ideas que se sostienen en el tiempo. Sabemos que la 
mayoría de los cisnes son blancos. Pero existen los cisnes negros. Su 
aparición no niega a los blancos pero evita que se tejan teorías falsas 
sobre la exclusividad de los mismos. Siempre nos espera un cisne negro a
 la vuelta de la esquina, pero es inútil que lo busquemos de antemano.



 
 
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