Desde tiempos inmemoriales el hombre ha intentado descifrar al azar.
Si el destino estaba escrito en los dados ¿por qué no leerlo con antelación? Y sino está escrito, ¿podríamos con nuestro libre albedrío influenciarlo a nuestro favor? Cuando además hay una motivación económica de por medio, este intento cobra más interés: tener el azar de nuestra parte en un juego de apuestas puede suponer la diferencia entre enriquecerse o seguir siendo pronto, entre una vida de lujo y la miseria.
Si el destino estaba escrito en los dados ¿por qué no leerlo con antelación? Y sino está escrito, ¿podríamos con nuestro libre albedrío influenciarlo a nuestro favor? Cuando además hay una motivación económica de por medio, este intento cobra más interés: tener el azar de nuestra parte en un juego de apuestas puede suponer la diferencia entre enriquecerse o seguir siendo pronto, entre una vida de lujo y la miseria.
Son muchos los que
dedicaron años de su vida para tratar de “ganarle” al casino,
estudiando todo lo que es posible que surja de una ruleta, pero hasta
hoy, la banca sigue ganando.
A comienzos de la década de 1920, el
juego de ruleta tenía cautivos a numerosos apostadores que pretendían
encontrar un método para ganar, desafiando a las leyes del azar.
Numerosas estadísticas de analistas y matemáticos que se dedicaban a
investigar minuciosamente las probabilidades de los juegos de azar y los
fenómenos que se producían se hicieron públicos, especialmente aquellos
que estudiaban el juego de la ruleta.
El matemático francés Marigny de Grilleau se ocupó de anotar todas las
bolas que salían en una mesa de ruleta del casino de Monte Carlo, al que
asistía todos los días. Lo hizo durante 5 años. Llegaba cuando abrían
la sala de juego y se quedaba hasta la última bola de la noche. Lo
curioso es que nunca se tentó para apostar al menos una ficha. Grilleau
se dedicaba a anotar los números que salían.
Su actividad intrigaba
tanto a los trabajadores del casino que uno de ellos le confesó que le
parecía extraordinaria su paciencia y dedicación a anotar todas las
bolas que se jugaban durante toda la jornada. Muy compenetrado en su
análisis, Grilleau le respondió que si uno mismo no tomaba sus propias
anotaciones, era imposible llegar a las estadísticas más exactas.
El
científico le confesó que hacía años que intentaba comprender con
claridad los fenómenos que producía el azar y las leyes que lo
gobernaban.
El empleado del casino, con el afán de saber más, le preguntó si él
podría ratificar que sus estadísticas eran fidedignas, y Grilleau le
contestó que en todas sus estadísticas había observado distintas maneras
que se presentaban de una forma desordenada, pero que enseguida se daba
cuenta de que había determinados equilibrios y desequilibrios con el
correr de las bolas que iban saliendo, y que al final siempre se
retornaba al equilibrio, y eso era una constante en todas sus
investigaciones.
Con algo de ironía, el empleado de la casa de juego le aseguró que él no
había podido tomar todas las bolas que habían salido en las mesas, ya
que los crupiers que se iniciaban, para practicar todos los días cuando
el casino estaba cerrado al público, tiraban muchas bolas. El científico
titubeó por un momento y luego dejó la sala pensativo, ya que el hombre
con su comentario le confirmó que el equilibrio existía en el azar.
Grilleau sólo disponía de parte de la generalidad de los números
lanzados por una ruleta, pero a la vez era un universo en sí mismo,
pequeño y completo.
Si analizamos 1.000 bolas de una ruleta y pasamos a investigar los
fenómenos que se producen en las salidas, notaremos algunas leyes que se
cumplen.
Lo mismo pasaría si tomamos 100.000 bolas, siendo que las
proporciones serán mucho mayores.
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