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miércoles, 3 de febrero de 2016

EL JUGADOR PROFESIONAL PUEDE VENCER A LOS JUEGOS DE AZAR.


¿SE PUEDE VENCER A LA VENTAJA MATEMÁTICA Y AL RECAUDO DE LA JUSTA COMISIÓN?

Los casinos, los operadores de loterías y los corredores de apuestas desde sus orígenes históricos siempre han estado muy seguros respecto de la rentabilidad que produce la explotación comercial de las dos fuentes que efectivamente les generan riqueza, pues saben que en los juegos de azar a la larga termina imponiéndose la Ventaja Matemática (House Edge) a su favor, y también saben que es imparable la recaudación de la Justa Comisión (Rake) en aquellos juegos y apuestas que lo permiten, es decir, al final esos empresarios siempre logran obtener ingresos sobre el dinero que es apostado por los jugadores, haciendo que los juegos de azar y las apuestas sean un negocio muy rentable.
Al respecto hay una frase muy sabía que dice «De enero a enero, el dinero siempre es del Banquero». Esta frase fue pronunciada en el siglo XVIII por Giacomo Casanova (1725−1798), el famoso amante, conquistador de mujeres, viajero, tahúr y gran aventurero italiano, quien en sus extensas y célebres Memorias de Giacomo Casanova de Seingalt, confesó que prefería mil veces andar como un perro sumiso detrás de los ambiciosos miembros del Gran Concejo de Venecia para ganarse su favor y obtener así una licencia para instalar una Banca en las mesas de juego del Casino Ridotto, en vez de concurrir a ese casino como un simple jugador o apostador que realmente tiene pocas probabilidades de amasar una verdadera fortuna en los juegos de azar.
Grandes matemáticos desde finales del siglo XIX han coincidido con las ideas de Casanova y también han concluido que desde la óptica de la probabilidad y de la estadística es imposible evitar que la Ventaja Matemática a favor de la Banca se imponga sobre el jugador una vez que el comportamiento del juego tiende hacia la Regularidad Estadística. En otras palabras, en aquellos juegos que se basan en la explotación de la Ventaja Matemática a favor de la Banca, el jugador está condenado de forma inevitable a que un porcentaje de su apuesta prácticamente ya sea propiedad de la Banca desde el mismo momento en que cada dólar es colocado sobre el tapete de la mesa de juego.
Al respecto se dice que alguna vez el gran científico Albert Einstein (1879−1955) analizó el juego de la ruleta francesa, y a su mente de gran genio le bastaron sólo unos pocos segundos para concluir que: «Usted no puede vencer a la ruleta, a menos que robe el dinero de la mesa cuando el crupier no está mirando».
Más recientemente, el matemático y experto en juegos de azar Patrick Billingsley (1925−2011), autor de la excelente obra Probability and Measure (1975), afirmó que: «Ningún sistema matemático de apuestas puede convertir un juego de azar, que es desfavorable para el jugador por causa de la ventaja de la casa, en un negocio rentable».
Y es que si de conformidad a las reglas de las matemáticas, que están presentes en todos los fenómenos de la Naturaleza y también en aquellos fenómenos que son aleatorios, se sabe que (−1)+(−1) siempre son −2, entonces bajo esas mismas reglas de las matemáticas resulta totalmente imposible encontrar una situación favorable donde (−1)+(−1) no sean −2 sino +2. Si se suman dos cantidades negativas, el resultado siempre será un valor negativo, nunca un valor positivo. De ninguna manera una apuesta que sobre sus espaldas carga un Valor Esperado negativo puede ser mejorada adicionando sobre el tapete más apuestas que también cargan un Valor Esperado negativo a sus espaldas, sin importar de qué forma sean distribuidas esas apuestas sobre el tapete de juego. En todos los juegos de azar en los que existe un Valor Esperado negativo contra el jugador nunca será posible superar esa diferencia matemática colocando más dinero en el tapete o repartiendo la apuesta entre diversas opciones o combinando varias modalidades de apuesta o variando el monto de la apuesta que se coloca en cada jugada, pues el Valor Esperado negativo se mantendrá sobre cada dólar apostado, sin importar en qué lugar del tapete sea colocado o de qué manera sea distribuido ese dinero.
La Ventaja Matemática es real, existe, es irrefutable mediante el uso de las mismas matemáticas, ya que la Ventaja Matemática está establecida mediante las «reglas particulares» que rigen cada juego de azar, y por lo tanto, mientras el jugador se someta de forma dócil a esas mismas reglas y el juego se comporte normalmente, entonces a la larga el apostador terminará perdiendo a favor de la Banca un porcentaje de cada dólar que apueste en cada jugada. En efecto, son las reglas de la ruleta francesa las que establecen que el premio a entregar sobre una apuesta plena corresponde a la proporción 35 a 1, mientras que las probabilidades reales de perder el dólar apostado son de 36 a 1, y esa desproporción matemática a favor de la Banca está garantizada por el respeto a las reglas particulares de ese juego que se impone en cualquier casino. Es por ese motivo que Albert Einstein respecto de la ruleta francesa concluyó que la única manera segura de hacer fortuna en la ruleta era apartarse totalmente de las reglas matemáticas que rigen ese juego y tomar de la mesa el dinero que más se pueda cuando nadie esté mirando.
Por esas mismas razones ningún jugador ha podido diseñar un sistema meramente matemático que de forma infalible le permita «participar» en un juego de azar mediante la colocación de las apuestas, al tiempo que se «autoexcluye» de los efectos negativos de las reglas de ese juego en que participa, para librarse así del desequilibrio que sobre cada dólar apostado introduce la Ventaja Matemática a favor de la Banca plasmada mediante las reglas particulares del juego. O se juega sometido a las reglas negativas del juego, o no se juega sometido a tales reglas, pero no existe la posibilidad intermedia de actuar en un juego de azar bajo las dos condiciones simultáneamente, porque eso sería tanto como poseer el don de la ubicuidad para estar en dos lugares al mismo tiempo. El jugador mediante la colocación de apuestas no puede competir contra la Ventaja Matemática de la Banca, salvo que se salte ciertas reglas desfavorables que rigen en el juego (volviéndose un jugador tramposo), y a lo sumo lo que puede hacer mediante el uso de las matemáticas es construir sistemas de apuesta para tratar de «morigerar» el impacto de la Ventaja Matemática sobre su dinero, o crear sistemas de progresiones en el monto de las apuestas para tratar de «recuperar» las pérdidas económicas que por anticipado hay que prever que necesariamente ocurrirán.

sI LA VENTAJA MATEMÁTICA ES INVENCIBLE, ENTONCES ¿POR QUÉ LOS JUGADORES INSISTEN EN SEGUIR APOSTANDO?

Ahora bien, si el jugador ya se ha despertado del ensueño y es consciente de que la Ventaja Matemática a favor de la Banca establecida en los juegos de azar no puede ser vencida mediante sistemillas numéricos o progresiones matemáticas en las apuestas, entonces posiblemente pensará que es mejor seguir el consejo de Albert Einstein y volverse un jugador tramposo. En este caso la meta siempre será alterar fraudulentamente la marcha aleatoria del juego, o aprovechar cierta información sobre los posibles resultados del juego que no está al alcance de los demás participantes, o usar clandestinamente dispositivos auxiliares de cómputo para calcular la marcha futura del juego. Por supuesto, el objetivo del tramposo también puede consistir en robarle las fichas a los demás jugadores distraídos o a los crupieres y talladores de la mesa, o tratar de introducir apuestas sobre la opción ganadora después de que el resultado del juego ya ha ocurrido, o tratar de reclamar premios que no han sido ganados según los resultados del juego.
Sin embargo, hay que recordar el cúmulo de leyes que en distintos países prohíben y castigan las trampas cometidas en los juegos de azar, así como no hay que perder de vista todo el arsenal de tecnología existente al interior de los casinos para vigilar, detectar y capturar a los jugadores tramposos. Quizá no valga la pena correr el riesgo de ser descubierto haciendo trampas en un casino y afrontar alguna penalización o cuando menos ser humillantemente expulsado por siempre de los casinos o ser incluido en algún tipo de «lista negra» de jugadores tramposos. Quizá no sea muy enaltecedor ser señalado por el público y ser juzgado por la historia como un gran tramposo en los juegos de azar, calidad que no está muy lejana de la de un simple ladrón o carterista de la calle. El ladrón callejero nunca pierde esa condición delictiva por más ingeniosos que sean los sistemas que use para apropiarse de lo ajeno, y del mismo modo el jugador tramposo no pierde esa connotación negativa por muy ingenioso o muy hábil que sea al momento de cometer un fraude en un juego de azar.
Por ejemplo, el señor Tommy Glenn Carmichael en su juventud no era más que un desfalcador de las máquinas tragamonedas, por más ingeniosos que fueran sus métodos para vulnerar la integridad de los sistemas electrónicos de las máquinas tragamonedas y obtener así la entrega fraudulenta de los premios. Igualmente, el señor Richard Marcus y su equipo de hábiles prestidigitadores, no eran más que unos ladrones de fichas que se quedaban con la propiedad de otros jugadores o con la propiedad de la Banca, accediendo a premios que no habían ganado, por más habilidad que usaran en sus dedos al ejecutar con las fichas ciertas maniobras sucias como el Past−Posting, el Pressing Bet o el Pinching Bet. Realmente, hay que estar viviendo bajo unas condiciones económicas muy desesperadas para resignarse a no encontrar otra manera de obtener provecho en los juegos de azar más que a través de las trampas, el fraude y el robo, las más primitivas formas de acumulación y de maximización de la riqueza.
El panorama parece muy desalentador para tratar de obtener ganancias fáciles y rápidas en los juegos de azar, pues resulta infructuoso intentar vencer una Ventaja Matemática a favor de la Banca que es inexpugnable desde las mismas matemáticas, y también resulta riesgoso y deshonroso apartarse de las reglas del juego y resignarse a usar en los casinos la vía más primitiva de acumulación de riqueza como lo es la trampa, el fraude o el robo de fichas y de premios.
Aquí cabe preguntar: ¿Entonces por qué los jugadores siguen arriesgando irresponsablemente el dinero en juegos inequitativos, en los cuales cada dólar apostado vale menos frente a la Ventaja Matemática de la Banca? De nuevo: ¿Por qué actuar irracionalmente colocando el dinero en una contienda basada en resultados aleatorios, en la cual la Banca de entrada tiene una gran ventaja sobre todos sus competidores? Y más trascendental aún: ¿Cómo puede alguien pretender ser reconocido como un «Jugador Profesional», o pretender maximizar su riqueza y obtener unos ingresos constantes a través de los juegos de azar, si todos los sistemas matemáticos creados para vencer a la Ventaja Matemática de la Banca están llamados al fracaso y además la vía de la trampa puede conducir a la deshonra o a la prisión?
Todos estos interrogantes tienen una misma respuesta muy simple: el jugador profesional tolera someterse a la Ventaja Matemática de la Banca y a las fluctuaciones de la aleatoriedad de los juegos de azar, porque ha constatado que los juegos de azar verdaderamente entregan premios, y algunos de esos premios realmente son de monto muy considerable, de tal manera que los juegos de azar sí le ofrecen a los jugadores una posibilidad de obtener mucho dinero en pocos minutos bajo el noble principio del «mínimo esfuerzo».
En efecto, es casi seguro que todos conocemos a alguien que ha ganado algún tipo de premio en la lotería, o que le ha acertado a algún premio significativo en la quiniela, o que se ha sacado un jackpot considerable en las tragamonedas, o que en pocos minutos ha quintuplicado su dinero en alguna mesa de ruleta, o que ha ganado el premio mayor en un torneo de póquer, etc. Es cierto que a diario en los casinos la gran mayoría de los jugadores pierden su dinero o llegan a la patética situación de Ruina del Jugador (Gambler's Ruin), pero también es cierto que unos cuantos jugadores salen muy felices del casino llevándose a su casa un buen botín. La inexpugnable Ventaja Matemática a favor de la Banca no equivale a que los juegos de azar no entreguen premios, pues cualquiera puede comprobar que sí existe gente que ha ganado dinero en uno u otro juego de azar. Los juegos de azar que dependen de la Ventaja Matemática están diseñados para que la Banca a la larga recupere cualquier premio que haya entregado previamente a los ganadores y obtenga sobre esa suma una utilidad, y por eso cuando un jugador logra ganar un premio de monto considerable, es su exclusiva responsabilidad retirarse a tiempo y llevarse el botín a su casa para no terminar perdiéndolo al apostarlo de nuevo en ese juego. Si el ganador se lleva el botín, entonces la Banca sabe que a la larga lo recuperará de las pérdidas colectivas que sufrirá la inmensa masa de apostadores, quienes seguirán concurriendo a las mesas de juego para enfrentarse una y otra vez a la Ventaja Matemática que terminará por imponerse siempre que el comportamiento global del juego tienda hacia la Regularidad Estadística. Y si se trata de un premio acumulado o del gran jackpot que es entregado por algún carrusel de máquinas tragamonedas, también ese botín el jugador se lo puede llevar a su casa sin que por eso la Banca se ponga a llorar o entre en pánico, pues la Banca sabe que generalmente el sistema del jackpot del carrusel de tragamonedas ya ha recaudado automáticamente la respectiva suma para pagar ese premio cuantioso, sin comprometer directamente el patrimonio económico del casino.
Los juegos de azar efectivamente entregan premios, y muchas veces en dos o tres jugadas afortunadas un jugador puede llenar sus bolsillos con un premio cuyo monto es superior al salario que recibe a lo largo de varios meses de duro trabajo. Lo que ocurre es que debido a muchas historias fantásticas divulgadas por distintos charlatanes y por supuestos «Salta−Bancas», se observa que con el correr del tiempo se ha consolidado el falso mito de que la Banca no entrega premios, o el mito según el cual la Banca aúlla de rabia y de dolor cada vez que se ve obligada a pagarle un premio a algún ganador. Muchos otros habladores, que también buscan divulgar entre los ilusos jugadores el falso mito de que se puede quebrar fácilmente a la Banca, se han encargado de esparcir historias fantasiosas en las que narran que supuestamente han sido expulsados de los salones de todos los casinos del mundo simplemente por ganar algún premio de monto considerable, cuyo pago según ellos ha dejado a la Banca «humillada y en la ruina».
Hoy el verdadero jugador profesional sabe que todas esas historias son falsas, son exageradas, o son mera propaganda, y además sabe que los casinos siguen funcionando, siguen acumulando riqueza y siguen creciendo independientemente de los cuantiosos premios que a lo largo del año entregan a unos cuantos ganadores. La Ventaja Matemática establecida en los diferentes juegos de azar que actualmente ofrecen los casinos de todo el mundo ha sido probada millones de veces contra millones de apostadores a lo largo de los últimos 300, 200 ó 100 años de historia, y por eso los dueños y administradores de los casinos saben que no importa el monto de los premios que sean entregados, pues a larga la Banca siempre recuperará las sumas entregadas y sobre las mismas obtendrá sus justas utilidades. En síntesis, los premios existen, la Banca no se queda con ellos porque sabe que cada dólar entregado como premio a un ganador a la larga retornará trayendo consigo unos centavos de ganancia, y por eso diariamente los premios son entregados a los pocos afortunados ganadores.
Ahora bien, aunque los casinos realmente entregan premios a los ganadores de los juegos de azar, eso no equivale a que los premios más cuantiosos son entregados de forma fácil, y tampoco significa que los premios son entregados a todos los jugadores que asisten a un casino. Las probabilidades matemáticas no permiten que sea así.
Al respecto las cifras económicas no mienten, pues la empresa de consultoría Research and Market, en un documento titulado Casinos, Gaming & Wagering 2013, reveló que los estadounidenses en el año 2012 gastaron cerca de $900.000 millones de dólares en distintas formas legales y autorizadas de juegos de azar, como los casinos comerciales o de las tribus nativas, las loterías y los sistemas de apuestas hípicas o deportivas, y de esa gran cantidad de dinero que fue jugado se observa que los empresarios operadores de los casinos, de las loterías y de los sistemas de apuestas deportivas reportaron que retuvieron como ingresos un total de $96.500 millones de dólares. En otras palabras, según estas cifras en el año 2012 los operadores autorizados del mercado del juego en los Estados Unidos se quedaron con algo más del 10% de todo el handle que fue apostado por los jugadores, y por lo tanto eso equivale a que hay aproximadamente $800.000 millones de dólares que nuevamente retornaron a los bolsillos de los jugadores.
¿Quién más podría haberse quedado con toda esa inmensa fortuna de $800.000 millones de dólares que no formó parte de los ingresos reportados por los operadores de los juegos de azar? Pues los mismos jugadores, al recibir diferentes premios según la aleatoriedad de los juegos en que participaron. En efecto, es indudable que todo ese dinero debió retornar a los jugadores, pero «redistribuido» de una nueva manera, pues es casi seguro que un buen porcentaje de los jugadores después de varios intentos y apuestas terminó en su bolsillo prácticamente con el mismo capital (bankroll) que colocó al inicio, es decir, esos jugadores en últimas terminaron en «tablas», sin obtener unas ganancias significativas, pero sin perder definitivamente todo el dinero que apostaron. También es seguro que la gran mayoría de los jugadores terminó con alguna pérdida sobre el capital inicial, es decir, algunos habrán perdido simples centavos, y otros habrán perdido miles de miles de dólares. Finalmente, un muy pequeño porcentaje de todos esos jugadores, correspondiente quizá al 5% del total, habrán obtenido resultados favorables muy excepcionales, resultados ubicados más allá del límite de 2 ó 3 Desviaciones Estándar en el comportamiento aleatorio del juego, y por lo tanto esos jugadores mediante los premios recibidos se habrán llevado a su casa verdaderas fortunas sobre el capital que inicialmente apostaron.
Los dueños y operadores de los casinos, las loterías y los sistemas de apuestas deportivas no son muy adeptos a publicar estadísticas completas que aclaren cuántas personas del total de jugadores se llevan a casa los premios de monto más considerable. Sin embargo, mediante el muestreo estadístico y con base en ciertas investigaciones de campo, distintos expertos han constatado que en una jornada diaria del total de jugadores que colocan su dinero en las mesas de juego, en las máquinas tragamonedas, en los tiquetes de lotería o en los sistemas que recaudan apuestas deportivas, solamente entre el 1% y el 5% ganan los premios de monto considerable, es decir, de cada 100 jugadores que apuestan generalmente sólo 1 ó 5 logran llevarse a casa un premio muy cuantioso, mientras que los demás se llevan un premio ínfimo sobre el capital apostado o quedan en «tablas» o terminan en la penosa situación de Ruina del Jugador al perder todo su capital.
En otras palabras, a la luz de las matemáticas no es muy alta la expectativa de ser el ganador de un premio cuantioso en los juegos de azar, independientemente de que el dinero se juegue en un casino, en una lotería, en un salón de bingo, en las apuestas deportivas, en un salón de póquer, en los casinos en línea, etc., porque en todos los juegos de azar los resultados excepcionales favorables al jugador sólo ocurren más allá del límite de 2 ó 3 Desviaciones Estándar en el comportamiento aleatorio del juego, y tales resultados favorables sólo cobijan a menos del 5% de todos los jugadores.
Cualquiera puede constatar que si una lotería ofrece premios de millones de dólares acumulables progresivamente, realizando sorteos durante cada una de las 52 semanas del año, solamente durante el año ganarán esos abultados premios entre 12 y 20 tiquetes afortunados, no obstante los millones de jugadores que a diario compran los tiquetes de esa lotería.
En los numerosos torneos de póquer que ahora se realizan en distintos países, se observa que normalmente concurren miles de jugadores, pero a lo largo del año menos de un centenar de todos esos jugadores logra quedarse con los premios superiores a $100.000 dólares, y mucho menor es la cantidad de jugadores que logran ganar los premios superiores a $1 ó $5 millones de dólares.
En los casinos de Las Vegas al año millones de jugadores apuestan en las máquinas tragamonedas, y es seguro que anualmente en promedio menos de un centenar de esos jugadores logran ganar los grandes jackpots que fluctúan entre $1 y $3 millones de dólares, y menos de una decena de esos millones de jugadores logra acceder a los megajackpot de $10, $15, $20, $30 o más millones de dólares. Siempre se recuerda que en marzo del 2003 en las tragamonedas del casino Excalibur alguien ganó el MegaBucks acumulado, que ascendía a más de $39 millones de dólares, pero cabe preguntar: ¿Cuántos jugadores más de Las Vegas o de los demás casinos del mundo durante un año logran volver a ganar un jackpot de semejante cuantía en las máquinas tragamonedas?
En ciertos casinos hay mesas de ruleta para apuestas bajas que durante una jornada de 8 horas de funcionamiento llegan a atender a más de 150 o 200 jugadores que apuestan de distinta manera y durante diferentes lapsos de tiempo, pero generalmente de todos esos jugadores sólo 1 ó 3 logran retirarse con ganancias cercanas o superiores a $1.000 dólares.
Es evidente que si un juego de azar clásico se comporta aleatoriamente con tendencia hacia la Regularidad Estadística, entonces muchos apostadores en ese juego cuando ganan un premio realmente están recuperando una parte de las pérdidas en que incurrieron previamente por causa de la Ventaja Matemática a favor de la Banca, mientras que sólo unos muy pocos apostadores lograrán llevarse un premio considerable sin haber incurrido previamente en altas pérdidas económicas por apuestas fallidas.

EL CONOCIMIENTO QUE DIFERENCIA A LOS VERDADEROS JUGADORES PROFESIONALES:

Todas estas evidencias antes señaladas apuntan a que el verdadero jugador profesional sabe muy bien que realmente es «posible» ganar premios de monto considerable en los juegos de azar, pues día a día constata empíricamente que hay gente que en verdad gana esos premios y se los lleva tranquilamente a su casa. Pero quizá lo que diferencia al jugador profesional del resto de los jugadores, es que aquél es plenamente consciente de que la Banca siempre tiene una posición ventajosa en todos los juegos de azar que ofrece al público, y por lo tanto el jugador profesional no se deja seducir impulsivamente ante la posibilidad que existe de ganar un premio cuantioso, sino que antes de someterse dócilmente a la posición ventajosa de la Banca existente en el juego, hace todo lo posible por saber cómo es que realmente funciona esa ventaja en su contra y también indaga para saber qué se puede hacer para tratar de morigerar el impacto de esa ventaja sobre el dinero apostado.
Igualmente, el jugador profesional se diferencia de los demás jugadores porque él sabe que si bien es «posible» ganar premios en los juegos de azar, en todo caso es «muy poco probable» ganar los premios de monto más alto, es decir, sabe muy bien que no es nada fácil lograr pertenecer al selecto grupo del 5% o del 1% de los jugadores que diariamente se llevan a casa los premios más cuantiosos.
El jugador profesional también sabe muy bien que las rachas de buena y mala suerte en un 95% de las veces siempre fluctúan dentro de los límites normales de 2 Desviaciones Estándar, y por lo tanto sabe cuáles son los resultados económicos que en promedio se puede esperar obtener en cada juego de azar en el que participa, y además sabe reconocer cuándo se está frente a una racha favorable de resultados realmente excepcional que supera los límites de 2 ó 3 Desviaciones Estándar, la cual sólo ocurre aproximadamente en un 5% de las veces o menos. En consecuencia, el verdadero jugador profesional siempre emplea estrategias de juego que buscan estar en consonancia con estas crudas realidades matemáticas y estadísticas, mientras que los demás jugadores casi siempre adoptan sistemas de juego fantasiosos, desconectados de la realidad, y que ingenuamente desconocen las limitaciones matemáticas antes señaladas.
En otras palabras, el jugador profesional no emplea ilusos sistemas de juego que supuestamente «le quitan» la Ventaja Matemática a la Banca y se «la trasladan» definitivamente al jugador. La meta del jugador profesional tampoco es arruinar a la Banca, como lo prometen numerosos charlatanes que siembran en el imaginario colectivo el mito romántico de que es posible «hacer saltar a la Banca» quebrando su patrimonio y dejándola humillada en la derrota. El jugador profesional tampoco utiliza mágicos sistemas matemáticos que supuestamente en diversos juegos de azar garantizan la posibilidad de ganar los premios más cuantiosos a razón de uno cada media hora.
El jugador profesional sabe que la Ventaja Matemática a favor de la Banca es un «mal inevitable», con el cual hay que aprender a convivir si se desea participar en los juegos de azar sometiéndose a sus reglas, y por lo tanto sólo emplea estrategias de juego muy realistas, en las cuales sabe de antemano que cada dólar apostado vale menos al ser sometido a la posición ventajosa de la Banca, es decir, si el jugador participa en la ruleta francesa, entonces emplea estrategias realistas en las que cada dólar apostado sólo vale 97 centavos, y si participa en la ruleta americana, entonces también emplea estrategias realistas en las que cada dólar apostado sólo vale 94 centavos, y si se enfrenta a una máquina tragamonedas sabe que la misma está diseñada para propiciar pérdidas hasta de 15 centavos sobre cada dólar apostado para ofrecer así en premios el teórico retorno del restante 85% del dólar apostado.
Del mismo modo, el jugador profesional no usa estrategias enfocadas a ganar de inmediato los premios de monto más cuantioso, pues sabe que la probabilidad de ganar tales premios siempre es demasiado microscópica y que por eso la mayoría de los milagrosos sistemas creados para ese propósito están llamados al fracaso o son un fraude. El jugador profesional tampoco pretende obtener sus ganancias atacando la marcha aleatoria del juego mediante métodos fraudulentos para forzar la aparición de un determinado resultado, pues sabe muy bien que eso no es más que hacer una trampa que tarde o temprano puede ser descubierta y en ese caso no hay ninguna argumentación razonable para justificarla.
Los verdaderos jugadores profesionales también saben que para poder obtener ingresos en los juegos de azar deben aprender a lidiar con todo el tratamiento injusto que contra ellos puede desplegar el personal de los casinos, sus cancerberos ocultos detrás del vigilante «Ojo−en−el−cielo» (Eye-in-the-Sky), los guardianes que confeccionan las listas negras en las que incluyen a los jugadores indeseables, los adustos inspectores que asesoran a los casinos, etc., personas que sin ningún fundamento jurídico no dudan en catalogar y estigmatizar a los jugadores habilidosos colocándolos al lado de los jugadores tramposos para negarles así el acceso a los salones de juego o para expulsarlos de los casinos.
El jugador profesional también es consciente de que día a día los casinos implementan en sus juegos de azar más y novedosas «Contramedidas» (Countermeasures) que están dirigidas precisamente a reducir sus probabilidades de éxito, o que no le permiten al jugador descubrir tendencias estadísticas significativas en el comportamiento del juego, o que le dificultan la recolección de la información necesaria para la realización del cálculo de probabilidades, etc., con lo cual cada vez más se reduce la posibilidad de que el jugador profesional pueda intentar hacer algo para tratar de obtener resultados económicos favorables en los juegos de azar.
En verdad, los auténticos jugadores profesionales son una rara especie en vía de extinción, porque a medida que en los casinos todos los juegos de azar funcionen sólo en máquinas videoelectrónicas regidas por los imbatibles Generadores de Números Aleatorios (Random Numbers Generator o Randomizer o RNG), entonces serán totalmente inoperantes los pocos sistemas que aún se pueden aplicar para tratar de obtener ganancias mediante la habilidad mental aplicada para tratar de vencer la Incertidumbre que rige en los juegos de azar.
Bajo el creciente imperio del Randomizer o del RNG paulatinamente se observará que todos los jugadores (los novatos ilusos, los empedernidos ludópatas, los ágiles tramposos y los apostadores habilidosos), terminarán sometidos por igual a la imbatible Ventaja Matemática a favor de la Banca, a la imperturbable marcha aleatoria del juego y a la más compleja incertidumbre en todos los juegos de azar generada mediante artificiosos procedimientos informáticos usados para producir pseudoaleatoriedad.

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